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El otro es tu hermano... y no lo sabes Me paré del asiento donde esperaba mi turno y dejé en mi lugar un viejo bolsón de cuero negro, hecho en el largo período de depresión, arrastre de pies y andar pateano piedras por el camino que vino después del golpe. Muchos de nosotros cesantes súbitos, aún sin comprender la profundidad del horror que comenzaba a rodearnos, comenzamos a ejercer pequeños oficios ajenos a lo que habíamos construido y desarrollado a lo largo de nuestras vidas. Todo parecía un buen camino, había que hacer algo, no sólo por sobrevivir, sino también para mantener el equilibrio y la digndad personal. Qualquier cosa, para no sentirse totalmente derrotado y aplastado: vender quesos, manejar un taxi, limpiar Comets, trabajos de gasfitería.. y sobre todo artesanías: hacer ojotas, joyas, bolsones de cuero.... De esos tiempos proviene el mío que con orgullo me ha acompañado todos estos años. El bolsón quedó allí mientras yo me alejaba unos metros a botar algo a un basurero cercano. Llegó un respetable caballero (no quiero decir un anciano, pues capaz que tenga mi edad), de barba entrecana y tomó mi bolsón con dos dedos y con un reprimido gesto de asco lo dejó en el suelo y se sentó. Yo observé la escena un poco divertido y quizás secretamente ofendido. Me reí un poco y me dirigí a él con un tono amable y simpático: -¿Por qué tanto asco con mi bolsón? Yo lo quiero y me ha acompañado más de un cuarto de siglo-. Como vi que el caballero se sentía mal, agregué:- No tiene ninguna importancia, es que el gesto que Ud. hizo, sin mayor intención, fué muy divertido-. Luego continué con otro par de frases destinadas a borrar el incidente. Después de un rato el caballero se paró y se dirigió hacia un escritorio un poco más lejos. Me volví a sentar y la señora que estaba a mi lado, miró mi bolsón, a todas luces rústico y hecho a mano y dijo: -¿Lo quiere mucho verdad?. parece de esas cosas que se hacían cuando la gente tenía que hacer algo para no llorar. La miré, era mujer claramente de nuestro pueblo con esa belleza rústica que nos enseñan a no admirar. Casi inmediatamente le dije: - Si, creo que todos, o casi todos, tuvimos algo porque llorar. ¿Qué pasó cerca suyo?. La respuesta fué: - A mi padre se lo llevaron y mi hermano con un amigo lo encotraron en unos matorrales en el borde del río Cautín. Me llamaron, era mi turno. Le di un beso, me paré con mis entrañas atravesadas, caminé hasta un escritorio sin saber si podría hablar sin llorar. Draco Maturana, Príncipe de Nercón, patria de los arcoiris. Casilla 14, Castro Chile, Fono: (65) 636176 e-mail: dracomat@entelchile.net RUT: 1.982.173-0 |
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